domingo, 10 de octubre de 2010

ESCLAVIZADAS EXISTENCIAS DEL YO

artedigital j.gohe. equilibrio del "yo".


Ya sabemos que la personalidad es una serie cambiante de pensamientos, un ciclo móvil de estados de conciencia, y no un estado permanente y fijo. De la misma manera que el cuerpo es un
complejo de partes integrantes, el "yo" es un complejo de pensamientos interrelacionados, sensaciones, percepciones y recuerdos ligados entre sí.
El "yo" no es sino un cúmulo de inconstantes esperanzas y temores transitorios, un pequeño haz
de insatisfacciones que cambian a medida que pasan los años.
La inmortalidad no es una prolongación de una serie temporal, lo cual es sólo una medida cuantitativa, sino un modo de conciencia, lo cual es cualitativo. Su valor radica en nosotros, no en
el tiempo.
En consecuencia, la noción de un estado valioso posterior a la muerte, equivale a la idea de continuar la misma esclavitud de la vida superficial a la que estaban sometidos en la tierra.
No existe la posibilidad de liberación del sufrimiento en ninguna parte del universo, mientras no
se produzca la liberación del ego.
Una prolongación infinita de la existencia personal, con todos sus intereses estrechos y su restringida experiencia, resultaría al final tan insoportable como una infinita prolongación de la vida de la vigilia que no fuera interrumpida por el dormir.
Cuando se reconoce que la esencia mental es el verdadero cimiento sobre el que se ha construido
la estructura total de este "yo", se reconocerá asimismo, que esa esencia es algo que jamás ha nacido y en consecuencia, algo que jamás muere, como algo que es y será.
El hombre se convierte en aquello que piensa. De tal modo que creyéndose inmortal, el hombre alcanza la inmortalidad.
Por lo tanto, el cuerpo tiene que entregar al morir, aquello que previamente recibió, pero el Yo superior, puesto que nada se le ha agregado, nada tiene que entregar.
Sabemos que debe existir un instante en la percepción espacio temporal, un punto, en el que la conciencia personal se reuna con la Mente universal.
Este místico punto de encuentro, el Yo superior, representa la máxima posibilidad de que el yo finito pueda concientemente compartir la existencia última.
La diferencia entre la Mente universal y el Yo superior es sólo una diferencia de alcances y de grado, no de índole, porque ambos están constituidos esencialmente de la misma "sustancia".
Podemos ascender hasta la máxima altura de este Yo, pero no más allá.
A través de esta cadena de relaciones, el yo inferior tiene un eterno parentesco con el cósmico.
La conciencia original del Yo superior es única e indiferenciada. Esto significa que sólo existe su sola conciencia, pero no, la de la existencia personal.
Las raíces de toda criatura están plantadas en la tierra de un ser universal, cuya vida le es común. Nadie puede separar la imagen reflejada de la luz misma.